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VII. AUTORIDADES EDUCATIVAS.

Es un antiquísimo principio pedagógico, siempre reiterado y demostrado a lo lardo de la historia educativa de distintos pueblos, que una herramienta educativa insustituible y, por eso mismo, también irrenunciable, es el ejemplo personal del educador hacia sus educandos. De acuerdo con esto, la labor educativa exige sin falta una alta moralidad, rigurosa calidad ética en cada uno de los responsables de la formación de los hombres mejores necesitamos. Tenemos claro que a pesar de que la humanidad ha invertido mucho tiempo y algunas de sus mentalidades más lúcidas en el empeño de definir y precisar los principios de una ética válida para todos en todos los tiempos y lugares, la tarea sigue estado sin resolverse, sigue pendiente de solución. Como no es nuestro propósito resolver lo que otros mejores y más capacitados no han podido hacer, nos limitamos a señalar lo algo de lo que consideramos evidentemente necesario y urgente para nuestro país y para nuestro tiempo, en materia de comportamiento personal y social para que un individuo, sobre todo si ostenta un título profesional, resulte un elemento útil, constructivo y factor de cohesión, unidad y progreso para la colectividad a que pertenece. Para formar hombres competentes, intelectual y personalmente honrados, modestos, solidarios, dispuestos a dar más de lo que reciben, vemos como algo evidente por sí mismo, es decir, que no necesita de demostración alguna, que el educador tendrá que hacer gala de la mismas o parecidas virtudes ante sus alumnos y ante la sociedad entera; también deberá ser ejemplo de hombre estudioso, aplicado, disciplinado y culto; modelo de desintereses y entrega a su tarea cotidiana y de empeño en el lograr óptimos resultados en su labor educativa; finalmente, ejemplo de participación política y social  en todos aquellos problemas y ocasiones que así lo requieran, sin rehuir jamás sus deberes elementales con la colectividad , respondiendo siempre con diligencia y compromiso profundo a su carácter de ser social, de “animal político”, como lo definiera Aristóteles.  Desglosando todo esto proponemos:



 

a) Que cada maestro que aspire a desempeñar, o desempeñe ya, la función de autoridad en el ámbito educativo, independientemente de su ubicación jerárquica o geográfica, se preocupe por revisar siempre su conducta personal y cotidiana, la manera como cumple sus deberes de padre de familia, esposo y ciudadano común y corriente ( vida familiar, ciertas adicciones contagiosas como el alcohol y el tabaco, conducta en asuntos tan sensibles como la cuestión sexual, etc.), debe empeñarse en conquistar prestigio legitimo sobre la base de un reconocido compromiso con la educación de la juventud, un desempeño profesional recto y eficiente, un trato cortes y comedido con todo mundo y una probada sensibilidad ante los problemas sociales y políticos de su entorno, próximo o remoto. No deberían existir maestros “apolíticos”.


b) Hace falta diseñar ( recurriendo para ello a la asesoría de especialistas en la materia) y poner en práctica un riguroso y confiable mecanismo de evaluación permanente y sistemática de los resultados del trabajo que realizan los funcionarios de la educación a todos los niveles de la estructura, con la finalidad de ratificarnos, ascenderlos o removerlos de su cargo.


c) Proponemos pugnar sin descanso porque las designaciones y los ascensos en relación con los puestos de responsabilidad en la estructura educativa, dejen de ser cotos de poder manejados con absoluta discrecionalidad por la SEP y el SNTE, y pasen a decidirse con la participación democrática de la base a través de sus órganos de legitima representación.


d) Reformular los lineamientos normativos que regulan el acceso y la promoción de personal dedicado a las funciones administrativas y directivas de la educación nacional. Deberá darse prioridad a quienes se hayan especializado, mediante estudios de posgrado afines al área que se pretende poner bajo su responsabilidad y que, además, haya demostrado probidad incuestionable a lo largo de toda su trayectoria profesional como para ocupar el cargo de responsabilidad que se le intenta conferir.

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